miércoles, 4 de noviembre de 2009

Historias del trayecto V: Nada, nadie.

Estación de Urquiza. Mi mayor preocupación mental: "Uy, se me rompió el arito derecho... me duró muy poco, y me cerraron los negocios en Belgrano". Me acompañaba un dolor en los pies y un humor bastante denso. Siento gritos, esos que se vomitan del reto, del hartasgo. Resultó ser la voz de una piba de unos flacos trece, catorce años. Samarreaba a una piojita que no tenía un séptimo de su edad. La cagaba a pedos como si fuera un mocoso de su edad. La bebita lloraba... lejos de rimar en el capricho... cansada y con congoja.
Me indigné, como era de esperar... pero por algo más. NADIE se movía. Parecía que, la mayor molestia no era lo injusto y doloso de la situación en sí misma, sino que la imagen no era confortable a sus ojos, ni a sus oídos claro. Pues déjenme deciros (pensé): transeúntes, somos una manga de hijos de puta.
Un pibe con la camiseta de entrenamiento de River me miraba con una cara de orto terrible, con un dejo de impotencia... sentí que por ser mujer me pidió con la mirada que me metiera de alguna manera.
Hasta aca con la escena básica. Me desesperé cuando la piba dejó en la rampa de acceso al andén a la criaturita sola. Llorando. SOLA. Con miedo, mirando a su alrededor con unos ojitos desbordados que no superaban en lo absoluto el metro de altura. Se balanceaba de un lado al orto, con las zapatillitas en ángulo obtuso y desequilibradas, todavía sin saber muy bien caminar. Tenía la cara empapada, sus diez deditos de la mano enredándose de los nervios.
Corrí. Salté las escaleras temiendo que saliera corriendo para cualquier lado... a un metro tenía la línea amarilla del anden que da a las vías, por supuesto. No me acerqué mucho para que no se asustara, pero sí para que no pasara para ese lado. Traté de hacerme entender, le hice muecas, ruiditos para que me mirara. Me pegó sus ojitos en la cara con mucho miedo, le dije que no llorara, que ya venía su mamá. Pues, la mocosa no lo era, creo que tampoco tenía parentesco alguno, al llegar la oí a grito pelado decirle a la piojita "Callate, no te quiero escuchar más. Ya va a venir tu mamá". Seguía llorando, con miedo, sin fuerzas.
La pendeja sale de un pasillo, donde está el baño de mujeres, quizas tampoco tuvo quien la tratara mejor... con dos gramos más de paciencia la busca para alzarla, y se la quiere llevar al baño.
Fue ahi cuando volvió a clavarme esa mirada. Letal. Revolví mi cartera, y con un pañuelo descartable en la mano me metí en el pasillo, y le dije a la piba que no la hiciera llorar más, que asi no se iba a calmar, y le invadí a la pioja la cabecita con mi mano. Sólo con acariciarla se silenció. Traté de sonarle la nariz de varias formas, pero no hubo caso. Sospecho que nadie había tratado antes. Por eso no resultó mucho, más para que sintiera que le estaban haciendo un mimo, que a mi entender era prioridad en sus necesidades. Una caricia, una palabra de tranquilidad. Saber que su mamá estaba en camino, que no llore que ya iba a pasar. TODOS, en nuestra vida necesitamos que alguien nos diga que tal cosa "va a pasar". Quien la tenía en brazos bajó el copete indefectiblemente, y las luces y bocinas del tren me hicieron subir la escalera al andén. Me quedo con la imagen de esta belleza que me perforó la semana y el miércoles, apoyándose en el hombro de la piba casi, en posición fetal, hecha un pollito mojado.
Me arden los ojos de llorar, hay cosas que nunca voy a entender. Al menos me fui sabiendo que esa divinura dejó de sufrir un poquito para dejarse regalar una caricia.

Para quienes vieron "Y desapareció una noche" (Gone baby gone), sepan que entiendo a Morgan Freeman. Y que hoy estuve a un milímetro de hacer lo mismo. Me importaba nada un carajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario