domingo, 24 de junio de 2012

El día que murió Rodrigo


Sábado . Frío, inmundo. De esos días que tapado hasta la frente, negociás con uno mismo para abrir un ojo.  Primero abrí los oídos, después un ojo, y otro. Me despertó una vieja loca a los gritos, preguntaba "cómo olvidarlo". La aplaudían, agradecía con un nervioso acento cordobés.  "Se mató rodrigo" pregonaba Crónica, llovía el cielo, llovía en la cara de la gente. La Municipalidad de Lanús se infectó de tristeza, nadie parecía entender, salvo el potro que Pesquera encerró en un cajón. 
Algunos dicen que había comprado pasajes sin escalas, sabía que "era largo el camino". No tenía miedo, sacó carnet de socio en el Club de los 27, le sobraron condiciones de admisión. 
El inolvidable verano del 2000, le propuso sellar a fuego "La Movida", en Mar del Plata. "840" rebotaba en las paredes. Tragicómico resultó, que estando a 100 km, en Pinamar, y tras haber atravesado un ventanal corriendo, mi hermano menor coartó la promesa de mi viejo, llegando terriblemente tarde. El escenario vacío, la mugre de la multitud, el telón negro. La retina solo me lo pudo dar en pantallas. El bobo lo supo eterno.




  

sábado, 16 de junio de 2012

viernes, 15 de junio de 2012

Historias del Trayecto XXVIII: "El príncipe (del bondi) azul"


Qué importa en qué esquina de San Martín fue, no quiero empezar mi relato mintiendo. Se dio la vuelta rozando una esquina cualquiera, en slow motion, como tocando un piano con los pies, y en cada tecla una zancada en zapatillas. 
Lo acompañé desde el 343cartel rojoex304 con las córneas, las pupilas, los ojos enteros jugando a no parpadear. No me perdí una milésima, me lo recorrí todo, trotando, bordeando la esquina, mirando a los dos lados y cruzando prudente pero apurado, rozándole la espalda al bondi, rodeándolo, dando la vuelta hasta plantarse en la parada, y ser el último en subir. Perseguía el mismísimo colectivo en el que le dibujé una jaula con la mirada.
"Uno cincuenta" y una voz ronca: los ratones y yo especulábamos. "Para verte mejor" dijo el lobo, y lo hizo posar frente mío, parado frente a la puerta. Yo me sentaba lista para el moonwalk, de espaldas al colectivero, sus espejos con peluches y neon. 
Cada vez que alguien se bajaba, el foquito de la puerta me regalaba un algunas fotos: unas tremendas escleróticas incandescentes. Una tímida barba roja incipiente. Una capucha melange, un atuendo casual, una mirada triste. Se le cansaron las piernas o el autoestima, y se sentó a una diagonal de distancia. A esta altura los rayos que nos tirábamos eran habitués de los segundos que corrían. 
La cuenta regresiva a José Hernández y Martín Lange era agresiva. Hasta que me bajé, el itinerario visual fue: cuaderno-pibe-cuaderno-pibe-ventana (¿Cuánto falta?)-pibe-cuaderno-puerta-colectivero-pibe-ventana-pibe. Por primera vez me pregunté si mi caradurismo era tan pertinente como la causalidad de haberme infatuado. Tengo un identikit en el tercer ojo. La próxima será.