jueves, 19 de noviembre de 2009

De la 32 a la 34


Los días son cada vez más difíciles con esta incapacidad. No se para quién, pero escribo mis memorias. Comienzo a escribir de esta forma, mi querido diario, simplemente porque suelo cuestionarme el tiempo que paso escribiendo… más aún después de este accidente que me tiene postrado frente a una ventana todo el día, mi única distracción.
Hoy particularmente, mi diversión pasó por posar mi vista en las ventanas 32, 33 y 34 (contadas decenas de veces, de abajo hacia arriba con vista al callejón que tenemos en común con el edificio de enfrente) de donde provienen estos vecinos tan raros. Y los acuso de ser gente extraña porque después de horas de observación y chusmerío para con tantos vecinos, como personajes de novelas que no terminan nunca, siempre tengo registro de una sucesión de hechos que me termina cerrando. Pero ellos son la excepción. Me cuesta un poco seguir el hilo en su historia, porque las novelas que armo son mudas, y el audio pasa por mi imaginación.
Ellos son dos. Se cae de maduro, son pareja. Ella es joven y refinada, por la ventana 32 puede verse un placard inmenso, lleno de ropa moderna. Él en cambio es muy clásico, diría hasta rústico. Hace ademanes de bruto todo el tiempo, parece ser violento, sobre todo con ella. Le llevará quince años por lo menos.
Hoy el living a las cuatro de la tarde estaba vacío. Me resultó raro por ser martes, siempre a esa hora la ventana 32 está tapada con las cortinas blancas, por lo que puede verse los contornos de los cuerpos en contraste con la lámpara de la mesa de luz de ella… siempre en compañía de un joven, le veo cara cuando lo despide en el living;. Me resultaba conocido, hasta que me di cuenta porqué; Antes de accidentarme lo veía en el palier de su edificio con overol, seguro es el portero.
Ella entró más tarde sola, como a las siete… ya empezaba a oscurecer y me favoreció la visión en cuanto encendió las luces de las habitaciones. Por sorpresa para ella (por la cara que le vi) y hasta incluso para mí, el marido la estaba esperando a oscuras en la pieza. Fue muy astuto o me agarró distraído, debe haber llegado temprano del trabajo, justo cuando fui al baño a mitad de la tarde. Se saludaron en la 33, la ventana que da al living comedor. Ella parecía nerviosa, como fuera de cálculo. Se sentaron a conversar y fue ahí cuando lamenté no contar con una tecnología más avanzada que estos binoculares… ¡Cuándo los inventarán con micrófono! No tardaron ni cinco minutos cuando los rostros se fueron deformando. De nervios pasaron a enojo, de enojo a ira, furia, algo parecido al despecho. Ella quiso llorar, se apoyó en la mesa a descansar un poco la cara que parecía haberse esforzado en mentir demasiado. Él se levantó dando un golpe que, del estruendo fue lo único que llegó a mis oídos, a bastantes metros de distancia. De la 33 paso a la 34, donde caminó en círculos un rato, como tomando envión, y allí, en el living, parece haberse decidido. Sobre todo cuando ella lo fue a buscar, atinando evitar su caminata circular. En respuesta, él la cacheteó, por lo que se ve muy fuertemente.
No se lo vio por un tiempo largo. De la 34 pasó dando zancadas a la 32. La ventana herméticamente cerrada y el silencio infinito. Desde el living, en la última ventana ella tomó el inalámbrico de un arrebato y cortó. Parece haberse arrepentido del llamado… o no le contestaron, no se. Tomó un poco de whisky y se quedó dormida. Se despertó como a la media hora, me intrigaban cada vez más, porque para mí los dos permanecían inmóviles en mi novela personal. De un portazo la despertó, llevaba un bolso que apenas cerraba. Se ve que lo armó en el momento, me imagino el desastre de ropa tirada, entre la escogida hecha un bollo y la descartada en la alfombra. Hubiera dado mi otra pierna por saber qué se dijeron en ese instante, pero fue lo último. Evidentemente provocó que él se fuera.

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