martes, 13 de abril de 2010

Historias del Trayecto XI: La señora del ayer

Caminé hasta el fondo del tren tal como la religión de la practicidad me lo permite, hasta que encontré un lugar vacío. Venía con la salsa en las venas, en el alma. Acababa de despedir a Fer, con quien habíamos sido recíprocos al confesar que nos encanta leer sobre historia de la danza. Me senté. Escuché un clarinete tras los auriculares de mi compañero de banco, después un bongó, y al instante una voz familiar. Me dejé llevar y marqué el compás con la punta de mis pies. Fui feliz por un segundo, como esa sonrisa que se derrite tras ver algo que te rompe los ojos. Una señora hermosa, con tantas canas como años, llevaba un carrito y mucho peso en su condición. Vendía linternas, hilos y agujas. La canción cambió a mis oídos y a mi vista, era tristísima, compartí con ella sus ganas de llorar. Nadie atendía, pero argumentó en una volatil protesta: "Ay Dios mío, qué tristeza, el país no es el de antes, esto no era así". Se fue lenta y taciturna, arrastrando los pies y su verdad. Y la perdí entre la gente.

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