martes, 20 de octubre de 2009

Los ojos celestes de la docencia


Y como dentro de las cosas que no voy a borrar nunca, tengo la necesidad de agrupar y volcar, como ejercicio inmediato.
Tengo en la retina un celeste vidrioso, resguardado por unas pestañas llenas de rimmel negro. Un rostro poroso, huellas del pucho, que a cada paso se hacía notar, como en el olor de las hojas N°3 corregidas con algún puntillismo de café y Pilot verde N°5. O en tu voz ronca de locutora clásica, inconfundible; hasta cuando nos cagabas a gritos (y lo digo bien, o lo tipeo en su defecto).
Llevabas un guardapolvo moderno, con unas terminaciones muy bonitas, el jean claro con las botas marrones asomándose... o una lección de solero y piernas de ocho lustros con la que a más de una veintiañera le pasaste el trapo... te gustaba tomar sol, y usar cadenitas. Las uñas bien prolijas, siempre cortas y con la base de las francesitas.
Esa eras vos físicamente Alicia, pero qué decir de tu adentro...
Fuiste mi señorita de la vida, mi maestra, la que respetó hasta mi apodo al andar por la calle, y reconocerme mujer.
No te quedaste en las fracciones y los diptongos. Hubo enseñanza de vida latente.
Me y nos trataste como persona/s, y no como a una nena-obejto-a-educar. Nos hablaste de igual a igual y lloraste con nosotros, nos retaste, nos guiaste. Hiciste lo menos detestable posible a la didáctica de esa etapa.
Pero te nos fuiste tan rápido de gira, Seño... ¡la puta!... cómo te lloré...Qué bueno que la conociste a Len en plena decena.
No es casualidad la placa que te pusieron a metros de la del abuelo...

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