domingo, 4 de octubre de 2009

Lo leí por ahí


Ya estaba lista. A pesar de saber cuánto le fastidia la luz, entro al cuarto tratando de no hacer ruido. A penas sobra un espacio para sentarme a su izquierda, duerme como un condenado, con los brazos en cruz y la cabeza opuesta a mí. No me atreví siquiera a tocarle la nuca, sentí que iba a quedar muy pegajosa. Le susurré que me abriera; me sugirió que me quede, pidiéndome que le acariciara la espalda. Supuse como una idiota que me leyó la mente; la realidad es que hasta el peor ser humano necesita una caricia. Me pudo. Me sentenció a que así fuera rodeándome con el brazo... los ojos brillosos y las uñas rozándole la espalda tan suavemente como nunca en su vida. No pude contener ese sentimiento contaminante, generalmente segregado por féminas, llamado ternura. Si, lo acepto, me ahogó de ternura ver cómo se quedaba dormido de nuevo. Me engañó una vez más. Me abrazó; me contuvo para que no me fuera, seguimos durmiendo a destiempo. Éramos dos cuerpos cóncavos, cuando más tarde me desperté escuchándole el corazón por la espalda... Volví a abrir la puerta después de verle los labios con la boca y me fui a descansar el pecho.

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