jueves, 29 de noviembre de 2012

El cuerpo en el que habito


Te grito donde nadie me oye, donde pueda ensanchar las tripas, donde pueda ensangrentar la garganta, matar la voz, dejar la vida. Te grito hasta el sollozo porque me hace bien. Porque hasta el perro más guacho aúlla hasta olvidarse de la madre que lo parió. Porque el arraigo es desarraigo cuando se lo arranca con rabia, con enfermedad y tristeza. 
Mi combustible son las ganas de nada y mi estandarte es mi esencia.
E hice un trato: si hay que mirar para atrás, es para retratar a la inmediata antes de haberte reconocido. Tan inocente como rapaz. Tan devota como atea. Tan lista para entregarse y sin saberlo.

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