miércoles, 1 de septiembre de 2010

Historias del Trayecto XVIII: Alegoría del sastre


Voy a empezar con un fact, y es que los martes, después de las clases de redacción 10 de cada 10 veces baja la musa. O al menos le pone onda. Si quieren tomar conocimiento de lo que les digo, fíjense en las fechas de estas historias que delinean mi trayecto...

Bajé del 113 una parada más tarde, porque me cebé hablándole a Rocío con un entusiasmo que extrañaba tener puesto, lo sentí como un traje viejo, de esos que por más naftalina que tengan, nunca van a opacar su belleza.
Caminé con los borcegos húmedos, cansados, al compás de un, dos, tres, escupitajo del cielo, pero sonreí de todos modos. Comprobé que los caserones de Belgrano se ven más interesantes bajo todo ese gris plomo. Pasé por una casa que, debo confesar me aterró; Un gato blanco, impecable, me recorrió con los ojos desde un ventanal que como mínimo tenía un siglo ahí.
Seguí sonriendo y por más cursi que parezca, a eso le agregué un intento de canto. Patético, pero auténticamente terapeútico. Llégué a la estación de tren. Tras el andar de unas Nike pisando en V cual aprendiz de Chaplín y unos jeans embarrados lo recreé a Ramiro en plena lluvia. Y no dejé de sonreir, pero me tildé al pensar que, quizás, quería cambiar de sastre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario