miércoles, 2 de septiembre de 2009

Un viaje (palabras de un lustro)


Es maravilloso explotar cuando uno adolesce. Explotar de alegría, explotar de emoción, de gritos, de llanto, de no poder evitar cagarse de risa… explotar.
Me bañé temprano pero fui lenta -como siempre- para elegir la ropa. En Buenos Aires el sábado anterior, había conseguido una remera roja preciosa ¡A sólo $9! (Que numerito tan cercano al precio dólar que el 2004 resistía aún en inflar). Decidí ponérmelo con la pollera que le había pedido prestada a Antonella, mi compañera de cuarto “Cuasimuda” que se quería matar por tener que convivir diez días con semejantes quilomberas… a la una se volvía todas las noches de los boliches. De medibachas negras y con unas guillerminas de tachas plateadas se completaba la vestimenta. Me pasé de habitación para que Marisa me hiciera bucles naranjas ¡Qué tintura espantosa! “Oxidín” me decían; bucles largos sin rebajar hasta la cintura.
Pestañeo. Sentada, me cuesta ubicarme. Dicen que Grisú era una casa de té; para mí es un búnker. Mis amigos están todos completamente en pedo, Niko se transa a dos pibas a la vez, y yo lo miraba extrañada, ¡qué dandy, y qué trolas! (me parecían… eran otras épocas; hoy una de ellas tiene un hijo con él).
Ya son más de las dos y mí cuenta que estrené los dieciocho. Un coordinador que no me conoce me sugiere que “sople la vela” y me resulta gracioso, pero chocante; hoy lo hubiera mandado a la mierda. A unos metros estaba él, en su estado natural; jodiendo. Discuto, me grita, nos gritamos. Pero se hace inminente a la mirada de quien presencie esa escena todo lo que lo necesito esta noche. A la vez lo odio, y decido irme. Vuelvo a abrir los ojos; en la cama húmeda por encima del colchón gastado, una caja dorada de bombones del Chocolate del turista en una bolsa de Jumbo parecía querer homenajearme. Lloro como si las lágrimas estuvieran en oferta. Lo necesito aún más.
Del 4 de septiembre a hoy pasaron otros cuatro días, estrenamos madrugada en el mítico By pass, y yo, con un atuendo más que ridículo… a toda costa quería ir a bailar en polleras cómodas, muy pocos pantalones me quedaban bien porque mi traste estaba a dos centímetros del metro. Todo el mundo nos había hablado del lugar, el juego de luces era el más importante de Sudamérica (competía con Génux), aunque yo no tuve muchos argumentos para fundamentarlo. Decidí terminar con mi timidez, y a falta de coherencia, mi receta por esos años (hasta hace muy poco lo fue) la de la “borrachera”. Con mi conciencia aniquilada, por mi otro yo y un par de tequilas, al mejor estilo Rocky, bajé las escalinatas encolumnadas con un limón de “protector bucal”. Fingí como nunca perder la razón y la coherencia de mis actitudes, y me uní a la ronda de amigos en la pista. Ahí estábamos las chicas; allá estaba él con ellos, bastante peleador por cierto. Yo creo que ya no encontrábamos más excusas para agarrarnos –Porque es era la palabra justa-. Abro y cierro los ojos otra vez. Un empujón, un “Busca-roña”, una respuesta. Parpadeo nuevamente. Lo tengo más cerca que nunca, le siento el perfume que por años me va a paralizar al olerlo por la calle. Le persigo la mirada borrosa, cómplice, astuta de quien desea algo y lo está por tomar de un arrebato… sólo atino a susurrar un “no te abuses”. La última vez que cierro los ojos y él cierra los suyos. La primera que entiendo de ese golpe en el pecho a rítmo cardíaco, de ese “sin aliento”, de esa sorpresa, de esa efervescencia. La única vez que, había perdido a mi compañerito, a mi amigo, mi confesor, para ganar lo más importante que me pasó.

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