A los siete, en pleno albor de la primera etapa del patilla, nos mudamos a una linda casa en algo que nunca quedó claro si era San Andrés o Malaver, aunque en la Guía T figure como "Villa Marques de Aguado".
Siempre que me tocaba jugar a hacer algún mandado, me gustaba pasar por la farmacia.*1
Pero todo eso empezó cuando peque. Como todo bajit@ xuxer@, incitado y estimulado por imágenes, muchas veces, caricaturas. Hete aquí el punto: Una de las más notables, y que hasta el día de hoy está en el cartel iluminado de la farmacia de la esquina en cuestión, es la de la hormiguita y el elefante; imagen que, por insistencia publicitaria, forma parte de nuestro folklore/habladuría popular. Me encantaba pasar por enfrente y mirarla, de reojo, cuando mi mamá no hiciera tiempo a reaccionar para conjeturar un escudo en forma de respuesta estúpida ante una pregunta tan infantil como inteligente... Sabía que anunciaba algo que no tenía que saber todavía, pero no sabía qué. Cómo cambiaron los tiempos, ¡qué lo parió!...
*1 (Nota al margen: Yo creo que Farmacity -El palacio de los hipocondríacos - fue un plan elaborado por alguna cabecita enferma parecida a la mía) Siempre me intrigaron las farmacias. Son negocios amplios y mentirosos, donde ofrecen curas que generan adicción, y soluciones a necesidades irrisorias como pintarse las uñas, atarse el pelo o en grandes cadenas, hasta comprar golosinas o café. De manera que una Violeta cualquiera, entra con un leve dolor de cabeza y se va con un grave dolor de culo, con una bolsa llena de todo menos Aspirinas.
Muy bueno! Es genial esa sensación cuando sos chiquito y sabés que algo es prohibido o está mal y es un secreto de los adultos, aunque nosepas que és hay un disfrute. La típica era escuchar un chiste verde y repetirlo mal xq no tenías idea de que estabas hablando :P Muy tierno. :)
ResponderEliminar¡Gracias colega! Un placer compartirlo con usté.
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