
Lo acompañé desde el 343cartel rojoex304 con las córneas, las pupilas, los ojos enteros jugando a no parpadear. No me perdí una milésima, me lo recorrí todo, trotando, bordeando la esquina, mirando a los dos lados y cruzando prudente pero apurado, rozándole la espalda al bondi, rodeándolo, dando la vuelta hasta plantarse en la parada, y ser el último en subir. Perseguía el mismísimo colectivo en el que le dibujé una jaula con la mirada.
"Uno cincuenta" y una voz ronca: los ratones y yo especulábamos. "Para verte mejor" dijo el lobo, y lo hizo posar frente mío, parado frente a la puerta. Yo me sentaba lista para el moonwalk, de espaldas al colectivero, sus espejos con peluches y neon.
Cada vez que alguien se bajaba, el foquito de la puerta me regalaba un algunas fotos: unas tremendas escleróticas incandescentes. Una tímida barba roja incipiente. Una capucha melange, un atuendo casual, una mirada triste. Se le cansaron las piernas o el autoestima, y se sentó a una diagonal de distancia. A esta altura los rayos que nos tirábamos eran habitués de los segundos que corrían.
La cuenta regresiva a José Hernández y Martín Lange era agresiva. Hasta que me bajé, el itinerario visual fue: cuaderno-pibe-cuaderno-pibe-ventana (¿Cuánto falta?)-pibe-cuaderno-puerta-colectivero-pibe-ventana-pibe. Por primera vez me pregunté si mi caradurismo era tan pertinente como la causalidad de haberme infatuado. Tengo un identikit en el tercer ojo. La próxima será.
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