Y de un pestañeo salteamos la edad bisagra,
Todavía te da el reflector blanco en los ojos negros.
Qué bien le quedaba a la boca, a los labios, al mentón, moverse en un dos y un cinco.
Tímidos, con una incipiente perforación en la lengua.
Qué tristeza exacta.
Qué misterio eterno.
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