Cadete
Caminar, básicamente eso. El cadete se resume a sí mismo en una acción, en un verbo, una sola palabra que asume poco pero que implica mucho.
Nosotros, el cadete, empeñamos y realizamos lo que nadie quiere, vamos de acá para allá con muchas direcciones a ningún lugar. Tucumán 385, Talcahuano y Lavalle, Perú 263, J. D. Perón 1411 o Chonino al 1400 (Si Chonino es una calle en honor a un Perro de la Policía Federal que el 20 de junio de 1963 murió luchando. Como un héroe, como deberían envidiar morir todos los perros burgueses que se esconden detrás de un pulovercito de lana, que llevan gracias a sus complacientes dueños para poder afrontar el invierno que se viene, y que solo encuentran el final tras un cobarde decaimiento de caderas, algún tumor, o solo depresión. Los perros se deprimen, y hay psicólogos y todo el tema. De la pantalla de velador que le ponen no se sale cuerdo, era obvio)
La insalubridad de un trabajo, a mi caprichoso entender, no radica en limpiar baños o vender packs de internet a España mediante el uso del Español duro, preciso y autóctono, sino que se apoya, más que nada, en el exceso de indefinición del quehacer a la espera estéril de órdenes. Un cadete nunca sabe para dónde ni cuándo, solo que tiende al trámite, la tarea más engorrosa para el ciudadano. La gente sufre haciéndolos, los pone de mal humor, le caga el día, no disfrutan llegar tarde a sus trabajos aunque no más sea que por sufrir un rato haciendo colas y lidiando con los problemas que sufre a diario el trabajador del trámite.
Esta ultima es una actividad en la que nos topamos con la precocidad de la calle, la virulenta volatilidad del transporte público (tan amigo, tan nuestro) y la parquedad del empleado público, o privado con sensación de invariable intelectualidad a través de sus años como testigo pasivo de ganancias siderales.
Soy cadete, y disfruto siéndolo, lo prefiero antes que quedarme encerrado en una oficina condenando a mi cabeza, mis ojos y mis sentidos a la pérdida total del estímulo. Le escapé a la posibilidad de transformarme en un administrativo, engranaje básico y limitado de la maquinaria capitalista. Todo esto, meramente descriptivo, y lo más próximo, netamente apolítico.
Yendo un poco más a la cuestión, todo cadete estaría necesitando, previo a emprender su actividad, un curso donde se lo forme y se lo aleccione para su futuro como Tramitero.
Dicho seminario no debería durar más de 3 o 4 meses y ante todo ser lúdico y eficaz, perfil por excelencia del oficio. Se le deben inculcar al aspirante valores propios. Para citar algunos: escaparle a la ciudadana exacerbada, al insulto, la baldosa floja, cancelación de transporte, maximización del tiempo, almuerzo en movimiento, su relación con los compañeros de oficina, los organismo públicos, las limosnas, las sensaciones térmicas, el robo de útiles de librería de la empresa, y etcéteras (bis).
Un buen cadete debe mentalizarse en el transcurso de los 3 meses, como condición principal, que el horario de trabajo nunca puede corresponderse con el citado en el recibo de sueldo. Por convicción debe, en toda situación, retirarse y emprender el regreso a casa dos o tres horas antes del final de la jornada. Pero nunca, y digo nunca como entidad indeclinable, debe quedar en evidencia con el empleador, éste tendrá que disponer de un marco, un contexto y un glosario de respuestas firmes y sentenciosas frente a las sospechas.
Donde la mayoría de los futuros flaquea es cuando se los hace caminar 45 km adentro de un galpón donde se simulan diferentes escenarios posibles. Lluvias, sudestadas, sol penetrante, y el calor de rotisería del subte.
Al inicio del curso se le dará a todo aspirante un sobre que deberá llevar consigo y entregar el último día de clases en perfectas condiciones, es decir, sin que se le hayan doblado las puntas.
Ser cadete no esta tan mal, solo es cuestión de mirar alrededor.
www.debotesylluvias.blogspot.com
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