
Vi rodar diez centavos bajo el metal, y usando de pinza mis uñas las devolví a su dueña; me pagó con el más dulce de los "muchas gracias".
Un mocoso precioso, literal y figuradamente repartía estampitas de amor. Se me pegó al apoya-brazos, inclinó su cabecita y conversamos un poco. Iba al segundo grado de la treinta y tres, a la tarde, lo que me hizo suponer que al salir de la escuela se ponía a pedir. A falta de voluntad para darle dinero, le fui clara y directa; le propuse regalarle algo más, y el resultado me sacó una sonrisa hasta para tipearlo. Le regalé unos pañuelos, dos paquetes a su pedido -uno más para su hermano- y me prometió usarlos. Pero antes, le enseñé a leer lo que decía su tarjetita, y mientras usaba el papel tissue se fue diciendo "¡Te adoro!".
Ilustración: amarillostulipanes.blogspot.com. Muchas gracias, soy tu nueva seguidora.
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